Mensaje de Bienvenida

domingo, 3 de marzo de 2013

El tiempo, mi mayor enemigo...

Una muda pregunta en este preciso instante se va abriendo paso por mi cabeza, al principio no le daba mucha importancia, tan sólo era un pequeño dilema, pero supongo que estas dos últimas semanas han bastado para cambiar esta pequeña concepción. Se ha convertido en una pequeña duda existencial, una pregunta a la cual no creo poder encontrar una respuesta, pero a pesar de eso, sigue ahí, insistente, martilleando mi mente en cuanto tiene oportunidad.
¿El tiempo cambia a las personas, o son, sin embargo las personas las que, gracias al tiempo muestran cómo son realmente?
Llevaba tiempo tratando de evitar escribir estas líneas, pero supongo que tarde o temprano me tendría que enfrentar a ello, y creo que ha llegado el momento.
Recuerdo la primera vez que nos vimos, el frío de principios de enero arrasaba la ciudad, pero esto no bastó para borrar la sonrisa que se dibujaba en mis labios cada vez que me encontraba con algún conocido que me preguntaba cómo estaba. Apresuré el paso al distinguir su figura en la lejanía, y cuando me encontré a su altura un abrazo, y luego otro a su hermano, y justo ahí, abrazada a su cuello, fui vagamente consciente de que alguien nos miraba, alcé la vista y me encontré con la tuya.
Creo que siempre te molestó que habitualmente tuvieras que pedirme que te diera un beso, y a ellos no, puede que todo comenzara como un juego de niños, pero créeme cuando digo que me hubiera gustado tener un libro de instrucciones para hacer las cosas mejor.
En pocas semanas nos hicimos inseparables, me gustaba hablar contigo de cosas banales y sin importancia, esos piques futbolísticos que manteníamos, esos jueves por la tarde donde siempre me subías a clase, y esos “cielo” por los que sustituías mi nombre.
Y de improviso ocurrió, de un día a otro todo cambió, trataba de evitarte a toda costa, me preguntabas ¿qué me pasaba? y mi respuesta era siempre la misma:”Nada”, fruncía el ceño de manera involuntaria y miraba al frente, serena, entonces tú cogías mi mano entre las tuyas, pero no lograbas que soltara prenda alguna.
Evidentemente aquella rabia contenida no tardó en explotarnos a ambos en plena cara, tú, cobarde, no sabías cómo hacer frente a la situación y parece que necesitabas escuderos para tratar de explicarte. No creo que fuera por casualidad, tuviste que elegirle precisamente a él… ¿para qué? ¿Para hacerme más daño? Déjame decirte cielo que ya eres mayorcito para defenderte las espaldas tú solito, yo, por mi parte, demasiado dolida para explicarte qué me sucedía, te solté que no quería saber nada más de ti y sí, seré sincera, de vez en cuando me arrepiento, pero entonces recuerdo lo que hiciste y no tarda en irse ese sentimiento de culpabilidad que de vez en cuando, me embriaga.

Y no, a pesar de lo que pienses, no quería nada de ti, jamás me interesaste más allá de que fueras alguien en el que pudiera apoyarme, eres atractivo pero insoportablemente inmaduro a partes iguales, y eso es algo que he aprendido a medida que me he ido alejando de ti. Por cierto, no sé que me le has dicho, pero ya no me grita “preciosa” cuando voy caminando por el pasillo, me mira y guarda silencio. ¿De verdad necesitas jugar de esta manera tan sucia?

Si estás leyendo esto, R., quiero que sepas que te echo de menos a ti y a todas tus locuras, esas mismas que lograban alegrarme el día, y sea lo que sea lo que te han dicho, me duele que tan sólo eso, haya bastado para enterrar la amistad que teníamos.

Ojalá las personas viniéramos con una brújula bajo el brazo, pero que en lugar de marcar la dirección, marcará las personas a las que no debemos acercarnos.